Desde la aparición del ideal de la ilustración en el siglo XVIII, la matemática conquistó paulatinamente la aceptación como prenda de la verdad. De hecho, a pesar de que sus más recientes logros indican lo contrario, a las matemáticas se les endilga comúnmente la tarea de ser un último marco de certidumbre en el vertiginoso mundo de la posverdad. En este sentido, a los maestros de escuela dedicados a la enseñanza de las matemáticas se les confiere la titánica tarea de enseñar lo cierto (que se asocia con lo seguro), y su experiencia cotidiana, empero, da cuenta de que las cosechas que deja esta tarea son escasas y sus victorias son pírricas.
En este orden de ideas, el presente texto de Morris Kline invita a los maestros a meditar aquello que enseñan y que hasta hace poco tiempo se consideraba inexorablemente cierto.