Por Ernesto García Posada
He dado este título a la presente edición a sabiendas de que Freud mismo jamás hubiera usado esta imagen ni hubiera autorizado la publicación de un escrito suyo bajo dicho encabezado. Debo, pues, disculparme, no con Freud sino con los eventuales lectores de esta publicación.
Para empezar, digamos con toda claridad que desde el primer momento Freud declara que no cree en la felicidad como fin o ideal de la vida humana. Son sus palabras: “Innumerables veces se ha planteado la pregunta por el fin de la vida humana; todavía no ha hallado una respuesta satisfactoria, y quizá ni siquiera la consienta. Entre quienes la buscaban, muchos han agregado: Si resultara que la vida no tiene fin alguno, perdería su valor. Pero esta amenaza no modifica nada. Parece, más bien, que se tiene derecho a desautorizar la pregunta misma. Su premisa parece ser esa arrogancia humana de que conocemos ya tantísimas manifestaciones. Respecto de la vida de los animales, ni se habla de un fin, a menos que su destinación consista en servir al hombre.”
El texto que se transcribe corresponde al Capítulo II del ensayo publicado en 1930 bajo el título El malestar en la cultura. Usamos para este trabajo la versión castellana de José Luis Etcheverry para la Editorial Amorrortu de Buenos Aires. El mencionado capítulo ocupa las páginas 74 a 84 del Volumen XXI.
El malestar en la cultura es, en rigor, un ensayo teórico del campo de la Antropología, cuyo desarrollo científico en vida de Freud pasó de ser poco menos que observaciones agudas de viajeros privilegiados a disciplina orgánica de rigor creciente y perspectivas ascendentes. En ese contexto, la obra se convirtió rápidamente en un clásico ineludible por las implicaciones que, junto con su antecesor, El porvenir de una ilusión (1927), trazaron una indispensable frontera entre religión y ciencia que, sin embargo, nunca pretendió desautorizar aquella sino que logró desmitificar el mito, la magia y la religión como arcanos universales de cultura, al tiempo que comprendió de manera sistemática a la cultura como componente primario y universal de la condición humana, antes e independientemente del refinamiento individual o colectivo que los hombres lleguen a alcanzar en el curso de la vida.
La pregunta por “el fin de la vida humana” es, de acuerdo con Freud, la frontera entre Religión y Ciencia y en ese sentido declara que la respuesta no es de su competencia. Sin embargo, en El malestar asume “una pregunta menos pretenciosa”: “¿Qué es lo que los seres humanos mismos dejan discernir, por su conducta, como fin y propósito de su vida?”. Para nuestros propósitos formativos y divulgativos, nosotros podríamos plantear el asunto en los siguientes términos urgentes de la actualidad del siglo XXI: ¿En ausencia de la fe directriz de una Providencia Salvífica, qué le queda al hombre como refugio u opción para darle sentido a su vida?